La pluma Negra: Ejemplo de cómo concibo el blog - Entrada 3 de 3 - Un relato fuera de concurso

Si alguien escribe un relato que no es para un certamen o que quiere publicarlo antes, puede hacerlo de esta manera.

Un mal corta uñas de Santi.

A tal fin se me ocurre que podemos crear la etiqueta "fuera de concurso".

En vez de un enlace se puede insertar el texto entero.

Un mal corte de uñas

¡No, no y no, maldita sea! ¡Me niego a dejarme las uñas con este corte tan imperfecto. El corte debe ser suave. Así no quiero las uñas.

A Benedicto no se le pasaba por la chorla comprarse un nuevo corta uñas o afilar el que tenía, era su naturaleza, y seguía aplicando el viejo utensilio a las uñas con resultados cada vez más desastrosos. El cacharrito ya tenía por filos unos bordes redondeados, y el acortarse las uñas era un proceso de prender, doblaren un sentido, doblar en el otro sentido, insistir y por fin retirar lentamente rasgando la uña como se hace con las papeles. Con frecuencia, al ir tirando, se le torcía el corte y se descarnaba una porción de dedo, pero lo de esta vez era una mutilación en toda regla. Si bien los dedos de la mano derecha seguían pareciendo dedos, merced a la acuciante zurdera del muchacho, los dedos de la izquierda latían torturados y desfigurados. El agua caliente del lavabo tenía ya un color bermellón angustioso pero Benedicto, el muy bruto, solo atendía a que sus uñas seguían desiguales. Una vez que fue capaz de soportar el intenso dolor se puso manos a la obra.

Pero se daba el caso de que ya el filo no podía incidir entre la carne y la coraza. El zoquete este del que hablamos sin embargo lo tenía claro, así que urdió una nueva estrategia: primero había que separar: "una aguja, un cúter, un cuchillo afilado... " dudaba Benedicto. ¡Una aguja! boceó repentinamente. Tras la primera parte de la operación había suficiente espacio para deslizar el aparato de tortura. Hasta el instante en que se paró a evaluar la aptitud de su trabajo había estado profundamente ensimismado, con la lengua entre los labios, entregado a su tarea. Entonces, el evaluar, fue que se desmayó. Cuando despertó su cabeza yacía sobre un charco de sangre. El increíble hombre sangrante se levantó como anciano: rodó sobre su costado, adoptó la postura canina, y se irguió apoyándose en la bañera. Una larga brecha cruzaba su sien. Benedicto se tuvo que acercar mucho al espejo para apreciarlo porque aún veía turbio. De esta guisa se entregó de nuevo a su tarea.

Una de las ocasiones tiró con tan mal tino que extrajo por completo lo que quedaba de uña. Luego el meñique corrió la misma suerte. En ambos berreó, bramó enajenado y lloroso y en ambas continuó luego ya llevado por una determinación fanática. Los dedos sin uñas, como pilotes deformes, descarnados, sangrientos e inflamados, brillaban en la oscuridad, como luciérnagas sangrantes o como aquel extraterrestre con textura de truño. Inconsciente del alcance de sus lesiones, incapaz ya de ver, patológicamente insatisfecho, aún se puso a limar sus muñones con saña y fruición. Usó para ello una lima de carpintería metálica. Claro que solo pudo retocarse la derecha...

-No, maldita sea, mis uñas tiene que ser lisas, lisas, lisas!- Se insistía.
-Matilda- decía luego en voz alta -vas a ver que aseado soy...

Din, don.
Sonó el timbre en la entrada. Matilda la soltera, Matilda la pasada, Matilda la madurita, la niña vieja, la gordita, la mujer barbuda estaba perfectamente lista, pero aguardó tras la puerta hasta la segunda llamada según había estudiado en la revista de turno. Por la mirilla espiaba a Benedicto conteniendo la respiración. Tras un ramillete de flores rojas...

Din, don.
Matilda apartó el ojo de la mirilla.
Matilda giró el pomo.
Matilda abrió la puerta.

Matilda se sintió dichosa.
Benedicto se sintió dichoso. Las espesas patillas de Matilda habían dado paso a unas mejillas despejadas y despellejadas por el mal uso de una cuchilla oxidada.

Y así llegó el amor.

Santi